EL LIMPIAVIDRIOS
Cuántas cosas esconden las personas que trabajan en la calle, cómo es
su vida, su “horario de trabajo” y sobre todo, que sienten cuando trabajan, cuando hay una moneda o cuando no.Ésta es la suerte de los que no han sido
escuchados aún.
Más conocido como “Damian”,
este pequeño se levanta muy temprano y alista todos sus útiles. Baja hacia la
sexta y camina muchas cuadras hasta la 45, deja todos sus útiles de trabajo, cierra los ojos, ora y le pide a Dios
que le vaya bien, pues no quiere quedarse sin plata esta noche.
Sin saber
matemáticas, pues no recibió educación, sabe que tiene menos de un minuto (lo
que dura el semáforo de la 72 de rojo a verde) para lavar los vidrios de los
carros que pasan por esa calle. A él no le gusta mendigar, pues pedir limosna,
“es como robar, pero decentemente” tal como afirma él.
El agua la tiene
que sacar de una manguera donde riegan las plantas que adornan la Av. Inmediatamente
la hecha en el balde que le tiene que durar hasta la noche.
Es la primera vez
que veo una persona, más aún, un niño que trabaja de 8:00 AM a 8:00 PM casi sin
descanso, siempre solo, sin tener ni siquiera 15 minutos para almorzar, y con qué
plata, si la gente lo desprecia.
La esperanza de
este niño se enciende como el semáforo que ahora está en rojo, pero le dura tan
poco, como el tiempo que dura el semáforo cuando está en verde. En pocos
minutos, empieza a limpiar los vidrios de los carros, muchas veces le pitan o
le echan el carro atrás (casi a punto de atropellarlo) para que no lo limpie,
le suben la ventana y los conductores le miran su tristeza y su agonía al
rogarle que le dé una moneda para que pueda comer por la noche. A cada rato,
Marquitos se para en la ventana del conductor y sin decir nada, no alcanza a
decir ni siquiera “por favor”, y los conductores lo niegan, lo ignoran; por
eso, a veces toca lanzarse al limpia brisas de adelante, a veces al de atrás
para que a los conductores les toque dar aunque sea una simple moneda. Me pongo
a pensar si Marquitos serviría para ser psicólogo.
Su tristeza queda
por siempre impregnada en la ventana del conductor que a veces no tiene la
conciencia de los niños de la calle, no tiene noción de lo que le sucede a
Marquitos; entonces el pequeño se resigna, le agradece y con las manos vacías
intenta con otro carro.
La suerte es la que
gobierna ahora y el “no” abunda en las respuestas. Otro turno en el que no gana
nada, otro turno en el que se irán las manos negras de trabajo, mientras los
carros Mercedes, BMW y Volkswagen arrancan al cambiar el semáforo Y
a la típica escena de película, empieza a hacer bastante frío, y aunque el
pequeño limpiavidrios tirita por la noche helada, no es excusa para que se
valla y deje de trabajar; espera que nuevamente el semáforo cambie a rojo para
seguir trabajando, un nuevo trabajo, una nueva esperanza, y esta vez, muchos carros.
Ya se acerca la
noche, y “Damian” solo recibió $500 pesos, seguramente es muy poco para los
lectores de esta crónica, pero quinientos pesos le sirve para un Chocorramo o unas
papas de paquete.
Han pasado dos días
y Marquitos no aparece en la calle, pareciera que se hubiera tomado el día
libre, quizás hoy no venga a trabajar; en cambio, sus “compañeros de oficina”
se esfuerzan por ganar más, aprovechando que él no viene, o quizás le ayuden
cuando regrese, pero en este mundo, donde escasea la plata, donde cuesta
trabajo trabajar (más aún en la situación de esta “profesión”), donde cada
colombiano empieza a quedarse sin empleo (o con uno que le “satisfaga”); hay
que dudar que las monedas que consigan niños de su misma edad, incluso mayores
y menores que él, se la puedan dar. Muchos necesitan el trabajo para mantener a
la familia. Para sobrevivir en este mundo complicado e incluso para evitar pasar
hambre.
Después de estar
ausente esos días, sucio y más
cansado que nunca, “Damian” llega a su lugar de
trabajo y repite la misma situación, pero él ya está
acostumbrado según él pero
no están acostumbrados
sus ojos, su fuerza. El trabajo lo va desgastando poco a
poco, menos horas de sueño, menos comida, más
trabajo, más horas, más noches.
Al haberle preguntado
por qué no había ido los días anteriores dio una respuesta chistosa. Es
increíble que un niño como él tenga suficiente humor y creatividad para
momentos tan difíciles como el que atraviesa casi a diario: “es que quise tomarme
unas cortas vacaciones” me dice mientras coloca sus útiles en el suelo.
Definitivamente una respuesta agridulce, pero así es él, un niño de apenas 12
años y con un enorme sentido del humor, que pone a pensar, cómo tanto trabajo
nos pone a veces de muy mal humor.
Cuántas veces vemos
a nuestros familiares que llegan muy cansados, a veces de mal genio y otras
veces silenciosos después del trabajo; en cambio, éste pequeño siempre tiene un
ánimo bueno, una esperanza diaria y sobre todo, echado para adelante a hacer
las cosas que varios niños de esa edad no lo harían. Su verraquera me deja impresionado, me llena de
energía saber que existe gente como él, y que nadie le preste aunque sea cinco
minutos para conocerlo.
Así puede ser la
situación de varios niños que trabajan en las diferentes calles de las ciudades,
unos pueden sufrir más que Damian, otros menos que él. Así es la vida de los hombres
que nunca los oyen hablar, de los que no tienen como hacerlo ni como expresarse
en una sociedad que en su gran mayoría, le importa menos el otro, ya sea por
cualquier motivo válido o no válido. Así viven lo que jamás son escuchados,
pero muchos no nos damos cuenta de su sufrimiento, de la realidad que viven
aquellas personas, una realidad que puede ser muy distinta a la nuestra.
Y si así son los
“niños de la calle”, los limpiavidrios.
¿Cómo será la realidad de los desplazados,
los indigentes, los “desechables” y los necesitados ? Piensenlo.

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